EL LÁPIZ DEL CARPINTERO

Cuando todo se derrumba, cuando el mal se convierte en sistema y la crueldad en norma, surge una pregunta crucial: ¿puede un lápiz salvar el mundo? Esta novela de Manuel Rivas, Premio Nacional de las Letras Españolas 2024, parte de esa idea poderosa. «He aprendido más de la guerra civil española leyendo El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas, que en todos los libros de historia», afirmó Günter Grass. No es casual: la obra ha recibido el Premio de la Crítica Española y el Premio de la Sección Belga de Amnistía Internacional.

En el verano de 1936, dentro de la cárcel de Santiago de Compostela, un pintor reproduce el Pórtico de la Gloria usando un simple lápiz de carpintero. En la piedra, los rostros de profetas y ancianos se transforman en los de sus compañeros republicanos encarcelados. Mientras dibuja, un guardián —quien más adelante será su asesino— lo observa con una mezcla de fascinación y desconcierto. La historia de ese lápiz, convertido en portador de memorias y almas, se extiende a lo largo de las décadas. Tras La lengua de las mariposas, Rivas retoma la tragedia que estremeció al mundo y marcó el siglo XX, pero esta no es otra novela más sobre la guerra: es un relato sobre la vida en su extremo más salvaje, sobre cómo el amor ocupa el espacio donde solo parecía caber la desesperanza.

Con el lápiz del carpintero, con las manos de las lavanderas, con el dolor fantasma de quienes han perdido un miembro, con la delicada fragilidad de los enfermos, se teje una red hecha de realidad y lucidez. El lenguaje se funde aquí con el propio aliento de la vida, convertido en un código vibrante que atraviesa el cuerpo y la memoria. Es una novela escrita desde el presente para perdurar. La crítica ha celebrado su fuerza y profundidad: Antón Castro, en ABC, destaca sus criaturas subyugantes, sus estampas conmovedoras del terror y la intensa historia de amor entre Daniel Da Barca y Marisa Mallo. Ángel Basanta, en La Razón, la describe como «una novela necesaria en nuestro tiempo de desmemoria». Para El Faro de Vigo, es un crisol de emociones universales y una metáfora de todas las guerras, donde el amor demuestra su poder para salvar incluso en los contextos más oscuros.